jueves, 6 de noviembre de 2008

La Raza Chicago



Mi primer entrevista desde un hotel en Chicago del periódico de mas circulación en el medio oeste.

Viajando, Mauricio Calatayud ha conocido un buen porcentaje del planeta, ha sentido la muerte cerca, conocido celebridades y gente muy valiosa, incluso salvó una vida y ha presenciado momentos históricos, como la caída del muro de Berlín.

Seguramente por toda esa experiencia maneja un sosiego en su trato con las personas que le acompañan en todo momento. Como cuando empezaba el diálogo con La Raza en uno de los cómodos sofás del Hotel Allegro, en el centro de Chicago.

Se presentó a la cita vestido con una camiseta del Che Guevara, atuendo que no tiene nada que ver con alguna filiación política y mucho con la incansable voluntad de viajar del legendario personaje. Sin prisa, comenzó a desenrollar su vida, un collage de fotografías de los lugares que ha visitado y otro de las personas famosas que ha conocido.

Sin mediar pregunta ninguna explica que decidió hacerlos desde que estuvo al borde de la muerte hace tres años, cuando sufrió un ataque de peritonitis en Cancún, que lo obligó a una intervención quirúrgica de urgencia.

Tras un corto silencio compartido, Calatayud agrega: “Estuve cuatro días entre la vida y la muerte; me salvé de milagro”. El hecho trajo a su vida consecuencias buenas y malas. Las buenas: documentar su vida de andariego a través de las fotos. Las malas: tener que parar unos meses para operarse en Chicago de una hernia, producto del descuido postoperatorio, “todo por querer seguir mochileando”, sentencia el trotamundos.

Los primeros pasos

Desde que apenas caminaba, su nana profetizó su espíritu aventurero que lo ha llevado a recorrer más de 15 países en 33 años de vida, cierto día que se le escapó obligándola a una búsqueda angustiosa por todo el vecindario.

Calatayud nació en el DF, México, por casualidad, pues la familia vivía en Veracruz y su madre prefirió ser atendida durante el parto por un tío médico en la capital. Se crió en Cuernavaca, Morelos, y se considera ciudadano del mundo; sin embargo, se siente orgullosamente latinoamericano y se llama a sí mismo un “maestro mochilero que viaja con la escuela de español ambulante en su morral”.

Desde niño fue copiloto de su padre, quien también era un aventurero. Recorrieron México, Centroamérica y Canadá en un Chevy Malibú azul marino, acompañados por su madre y su hermano.

Su última parada fue Estados Unidos, cuando Calatayud tenía 11 años y se quedaron a vivir en Villa Park, Illinois, pues tenían muchos familiares. Allí estudió parte de su primaria y secundaria y dos años antes de terminar esta última, sus padres se separan.

Con 15 años viaja un verano a Hawaii donde vivía su tío. Luego decide regresar al descubrir que Hawaii era el sitio donde quería vivir y permanece hasta cumplir 17 años.

Allí, recordando el espíritu de enseñar que le había inculcado un maestro de primaria en México, empezó a trabajar en un programa dedespués de clases (after school) de su escuela, haciendo tutoría, y enseñado español y la cultura mexicana e hispana a los niños hawaianos.

“Me enviaban en avioneta de isla en isla; allá encontré mi vocación de maestro 'mochilero'”, cuenta refiriéndose al punto de partida de su vida poco convencional.

Maestro “mochilero”

“Me fui a recorrer Estados Unidos en trenes o pidiendo 'aventones', y le ofrecía a quien le interesara clases de español, hablándoles de la cultura mexicana”, cuenta Calatayud.

Luego de preparase como maestro bilingüe termina su GED “y luego me presento al Instituto Berlitz y me aceptan”, recuerda con alegría. Tras una corta etapa como instructor en Illinois, va a California donde conoce muchas celebridades e inicia su largo peregrinaje llevando siempre, además de una inscripción en la Asociación Internacional de Hostales, un pizarrón, libros, un diccionario y revistas de México.

“A Europa viajé dos veces y conocí Londres, Francia, España, Italia, Venecia, Escandinavia, Suecia y Dinamarca”, recuerda. En su tercer viaje va a Japón, África, Marruecos, Casablanca y las Islas Griegas. También viajó a Cuba, país que le encantó y le robó la mitad del corazón.

En el primer viaje a Europa quedó impactado positivamente de que la cultura latinoamericana fuera muy bien recibida. Desde entonces le tocó presenciar eventos como la muerte de la princesa Diana en Francia (1997), la caída del muro de Berlín en Alemania (1989), y recorrer el túnel del Canal de la Mancha (Francia-Inglaterra) en su inauguración (1994).

Este modus vivendi hasta le sirvió para salvar una vida: “En un viaje en tren conocí un muchacho que me dijo que quería suicidarse en el Cañón del Colorado. Contándoles mis aventuras y enseñándole español, se le pasó la parada a donde quería bajar para matarse. Luego me dio las gracias por abrirle la mente”. Un alto en el camino

Ahora pernocta en Lombard, Illinois, (al oeste de Chicago) en la casa materna, para operarse la hernia, mientras sigue dictando clases en una escuela de idiomas propia y prepara un libro sobre sus viajes.

“Ahora lo que necesito es una buena editorial que quiera publicarlo, pero necesito patrocinio para seguir 'mochileando' con mi

escuela ambulante por el mundo”, dice.

También quiere crear una fundación de apoyo a los hispanos inmigrantes, a quienes piensa dedicar el libro… “Ellos son los 'mochileros' mayores que van a trabajar la tierra o a conseguir empleo de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad”. Quienes estén interesados en apoyarlo pueden llamar al © La Raza

1 comentario:

Javier Segura dijo...

Se lo que es la pasion por viajar

El camino como aprendizaje

Buena jornada